miércoles, 23 de noviembre de 2022

UNA ADOPCIÓN DIFERENTE




Hola, me llamo Laura; 

La primera vez que vi a mi hijo, no fue en una aséptica sala de partos ni saliendo de mi vientre, sino en una pequeña habitación maloliente llena de moscas, sentado en un rincón del mugriento suelo formando una fila con sus hermanos, no de sangre sino de desgracia. Mi hijo Said, tenía 2 años y medio, y yo tan solo 20. 

El destino me llevó hasta él en el verano del año 2000. Llegué a Marruecos para pasar un mes como voluntaria en un orfanato dispuesta a ayudar y queriendo cambiar el mundo, sin ser consciente de que era mi mundo el que iba a cambiar drásticamente.

Al principio, Said era uno más de los niños del orfanato, él formaba parte del grupo que me asignaron, durante un mes me convertí en una de las cuidadoras de 20 niños de entre 2-5 años. En el orfanato había alrededor de 150 niños, de entre 0-6 años.

Muchas personas me han preguntado como pude elegirle entre tantos niños, pero fue él quien me eligió a mí. Al principio, era muy tímido y desconfiado, siempre estaba solo con un halo de tristeza (como tantos niños allí) que me sobrecogía el corazón, y poco a poco fue acercándose a mí, hasta terminar enganchado todo el día a mis piernas como una preciosa lapilla o entre mis brazos amarrado a mi cintura.

Recuerdo que las hermanas que llevaban el orfanato nos dijeron el primer día que tuviésemos cuidado con los niños, que no nos encariñásemos de ellos, que luego nos íbamos y ellos sufrían. Yo lo intenté, de verdad que lo intenté, pero hay veces que el corazón tiene razones que la razón no entiende.

Tras un mes allí, volví a España con el corazón robado, rebosante de amor y profundamente tocada y confundida.

Este fue el primero de muchos viajes, Said fue creciendo, y con él nuestra unión y nuestro vínculo se fue haciendo cada vez más grande e irrompible.



Y con el paso del tiempo, nuestras despedidas y separaciones eran cada vez más dolorosas e insoportables. Cada vez que volvía a España de un viaje, me costaba más recuperarme y adaptarme a mi privilegiada vida.

Era muy consciente de mi juventud y de la locura que supondría intentar adoptarle, pero no se puede luchar contra el corazón ni intentar engañarlo, y llegó un momento en el que ya no había marcha atrás y debía lanzarme al vacío. Así que con 23 años tomé la decisión de solicitar su adopción. Mi familia, sobre todo mis padres obviamente no se tomaron bien la noticia, creían que era una locura y con razón. 

Al tener que esperar dos años para iniciar los trámites (la edad mínima es de 25), me dio tiempo a convencerles de que mi decisión era inamovible.

Con 25 años comencé el tortuoso viaje de la adopción, una carrera de fondo contra el tiempo, ya que Said tenía 6 años, edad a la que los niños eran trasladados a un orfanato de mayores, el cual tenía fama de malos tratos.

Tras las entrevistas me negaron la adopción, por ser muy joven y tener al niño elegido. El mundo se me vino encima, y todo se volvió oscuridad. Sólo me quedaban dos opciones: rendirme o luchar. Y así lo hice, con uñas y dientes. Tras llamar a todas las puertas posibles y no desvanecer, por fin una de ellas se abrió y, un año después, pude repetir las entrevistas. 

Una mañana de marzo se obró el milagro, mi teléfono sonó y recibí la noticia más bella de mi vida: era idónea para adoptar a Said. 



Por desgracia, tuve que esperar otro año más para sacarle del horrible orfanato de mayores dónde ya le habían trasladado, y al cual no me dejaban entrar. Fueron meses angustiosos, imaginando a mi pequeño mulato preguntarse porque no iba a verle. 

Gracias a mi maravillosa abogada marroquí, y al noble juez que me asignaron, conseguimos la primera adopción en aquel pueblo perdido de la mano de Dios… en efecto nunca habían adoptado un niño en aquel orfanato. 

Mientras abrazaba a mi pequeño, con la alegría de saber que por fin era mi hijo legalmente, no pude evitar pensar en su madre biológica. No había pensado mucho en ella y si lo había hecho, fue para juzgarla injustamente. Por primera vez, sentí una profunda conexión con esa desconocida mujer, pude sentir su dolor y su pena.

Y lancé una promesa al viento, con la esperanza de que ella pudiese escucharla. “Cuidaré de nuestro hijo, y le amaré con toda mi alma por las dos. Y algún día, si él quiere, intentaremos encontrarte”.